Es un día de lluvia
y la gente ya no está
acostumbrada aquí
a eventos como este.
Desde la isla se escucha
el crepitar de las gotas
que envían las nubes
y al mismo tiempo
se convierte en escenario
de alegrías o tristezas,
pues nunca llueve
a gusto de todos,
ya sabes a que me refiero.
Mira, el agua corre
por las calles
como si tuviera prisa
para encontrarse
con el próximo barranco,
como si estuviera
enfadada con el mundo
porque hubiese
preferido ser río
en lugar de esas mínimas
riadas sobre el asfalto
que no aportan
beneficio alguno.
Yo le tengo una
especial predilección
a la que directamente
cae sobre la tierra,
dispuesta a llenar
de verdor la pequeña
porción del mundo
que me rodea.
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