Todavía es temprano.
Millones de noches
han caído sobre la tierra,
y otras tantas cayeron antes,
pero aún no es tarde.
El viento arropa
con tanta fuerza la casa
que se diría una madre
enloquecida de amor.
Pero el viento no puede amar,
solo impresiona
su imponente fuerza.
El mar no está lejos de aquí,
y yo soy esa misma arena
sobre la que caen
furiosas, incontenibles
y enajenadas las olas.
Más allá, en el centro
mismo de la tormenta,
mi ojo busca las razones
de tanta rabia.
Tengo ganas de azotar
a la noche
hasta verla sangrar.
Deseo hasta el infinito
que todos poseamos algo
que jamás se entregue:
Lo llamamos dignidad.
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