Un esqueleto.
Una momia.
Un fósil.
Una piedra.
Largos corredores,
lámparas de luz
fosforescente y fría.
Un pez raro.
Un cuarzo gigante.
Otro fósil.
Una sala detrás de otra.
Todo antiguo y novedad.
Y sin esperarlo
mi propio rostro
me sorprende.
¿Ya tengo edad
para encontrarme
en una vitrina?
Fosilizado, pero no solo.
Gentes que me fueron
familiares,
amores que no volverán,
todo grabado en piedra.
Como de otro planeta,
todo.
El amor,
como un insecto
fosilizado.
El amor
como un animal extinto:
familiar y extraño
a un tiempo.
Todo tan doméstico y lejano,
tan de otros ámbitos
y, sin embargo,
como si perteneciera
al museo.
El reflejo de mi rostro
en la vitrina iluminada,
su gesto sorprendido,
y en mí,
los deseables
estragos del tiempo.
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