Si yo pudiera elevar un hospicio
contra la desesperanza y el fracaso,
si yo pudiera habitar
los ojos del animal muerto
y devolverles la mirada,
si yo pudiera garantizar la dignidad
de tantos cuerpos despreciados,
si yo pudiera hacer
que mis deseos fueran fuego
y no residuos de fogatas apagadas,
si al menos pudiera evitar
que el desdén, el dolor,
la mentira en jauría
violen la inocencia de la palabra,
si yo pudiera posar
mis labios donde la vida se muere,
escuchar el eco del estallido
primordial en la bóveda del infinito,
si yo pudiera…
Pero solo soy alguien
mortalmente vivo
que en su insignificancia ansía
el calor del sol que lo ignora,
los azúcares de una sed
que no conoce límites,
alguien que forma parte de esta
fugaz orfebrería vespertina.
No soy más que el mochuelo
que grita en lo alto de la palmera
y que en un instante alzará el vuelo.
No soy más que la pulpa
de los primeros frutos del otoño,
Solo soy alguien, solo alguien
que huye buscándose
en el camino del instante,
alguien que deja caer
un ancla en el piélago
del estremecimiento,
alguien insignificante
que ha de morir,
y que como tú me pregunto
si seré capaz de mantener viva
la llama que se extingue
y hallar en las sombras,
como desearía,
las aladas semillas de la luz,
la gloria de un júbilo que palpita
en la liturgia de la carne.
Solo soy alguien como ustedes,
expuesto a la codicia
de tanta belleza sin motivo.
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