Vas a morir.
Has sido señalado por España.
Eres esclavo
de toda una nación.
Camina, hombre negro,
por la libertad del campo,
que tu hora final ya está fijada.
Vomitarás sangre
entre cientos de ciegos,
con tan hondas heridas
llorarás como un niño
pero será mayor el dolor
de sentirte solo.
Ya ocurrió tu tragedia
muchas veces:
otros negros como tú
eran quemados, apaleados,
escupidos, sólo por ser distintos.
Hombre negro con astas
y voz diferente,
los blancos vienen a por ti
para hacer arte.
Hijo del campo, tu cara triste
añorando las flores,
tu cuerpo retorciéndose,
tu grito a las estrellas,
serás su cuadro vivo.
A eso lo llaman arte,
a una boca agónica
jadeando y chorreando bilis.
España lleva tres siglos
criando sinvergüenzas.
Abrasarán tu pecho
visiones de margaritas
cuando a la arena
desierta de la muerte
la mire la tristeza
desde tus quietas
cuencas secuestradas.
Será como entrever el campo
por arriba del cielo,
habrá un temblor de todo,
locura del aire,
ya no querrás pensar,
tristeza y soledad
son madres de la muerte.
Pero no estás solo.
Cuando el frío te rompa
no estarás solo.
En esas gradas
ondeantes de cabezas
que ensucian con su pelo
el cielo de las aves,
los abolicionistas,
prestos a saltar contigo,
infiltrados en la turba,
exhaustos, llorando
y en la vibrante calle, pancartas,
cientos de velas blancas
hinchadas al soplo de tu vida,
nosotros, toro, tus hermanos.
Marineros del barco
de la Libertad.
El suelo temblando
a nuestro paso como un cielo.
La libertad que te reclama
como hijo y exige
la abolición de tu sangría.
Majestad de la hierba,
levanta tu corona de astas:
Que no estás solo.
Eres el toro que camina mañana
andando sobre nosotros
(al fin de nuestra lucha
ya seremos prado).
Levanta la cabeza
entre los árboles,
escúchanos en el viento:
No estás solo.
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