Sí, hubo fallos, hubo negligencia, hubo incompetencia. Todos los responsables deben responder por las muertes de Valencia. No son números. Son personas con historias, con sueños, que han amado y han sido amadas, y cuyas vidas han sido brutalmente interrumpidas. Identificar a los responsables inmediatos, exigir más prevención de los efectos del cambio climático, más medidas de adaptación para reducir el número de víctimas en la próxima catástrofe es imperioso. Claro que lo es. Pero no es ni mucho menos suficiente ni lo principal. Tras el horror por el dolor y las pérdidas, por la cantidad interminable de sufrimiento que marcará a tantas familias, lo que me horroriza es la ausencia de los máximos responsables de la catástrofe. Sobre ellos hay un silencio monumental en discursos, en artículos, en conversaciones.
Quienes han provocado el colapso que hace que los fenómenos extremos sean más frecuentes y más graves son principalmente las corporaciones de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural). Estas corporaciones dan beneficios a una minoría de superricos que en los últimos años han concentrado aún más dinero. Esta minoría, que cuenta con el apoyo de la mayoría de los gobiernos y parlamentos del mundo, está aumentando la producción de combustibles fósiles, no reduciéndola. Es decir: no planean dejar de destruir la casa-planeta. No planean dejar de matarnos. Lo que ha ocurrido en Valencia no es una “fatalidad” que se repite de vez en cuando. Está directamente relacionado con el calentamiento global causado por la acción humana. Por supuesto que ha habido inundaciones en el pasado. Pero hay que estar en total negación para no darse cuenta de que estos fenómenos extremos se están volviendo, muy rápidamente, cada vez más frecuentes y peores. En Italia, en octubre, las carreteras se convirtieron en ríos. Antes le había tocado a Francia y, en septiembre, al centro y este del continente. Y eso solo en Europa. Mencionar otras regiones del mundo sería interminable.
Los combustibles fósiles son responsables del 75% de las emisiones de los gases que producen el calentamiento global. Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicado en octubre mostró que, incluso si todos los países cumplen sus promesas de reducir las emisiones —algo que sabemos que está lejos de ocurrir—, el aumento de la temperatura será de entre 2,6 y 3,1 grados centígrados a finales de este siglo. Es la ONU quien lo dice, no algún grupo considerado “radical”. Haría falta un compromiso mucho mayor y un esfuerzo real para impedir que el aumento de la temperatura supere los 1,5 grados, pero no parece que eso vaya a suceder en la COP del petroestado de Azerbaiyán, que empieza en unos días.
Lo que quiero gritar, aunque sea con las palabras escritas más elegantes que encuentro, es que con 1,5 grados estamos viendo catástrofes como la de Valencia en distintas regiones del mundo. Con un aumento de la temperatura de 3 grados, no habrá prevención, mitigación ni adaptación que den abasto. Como descubrieron los valencianos de la manera más brutal, no solo les pasa a los demás. O plantamos cara a las corporaciones fósiles —y obligamos a gobiernos y parlamentos a defender el bien común y no los beneficios de un puñado de multimillonarios— o la catástrofe nos alcanzará. La pregunta es: ¿vamos a guardar silencio sobre los máximos responsables y permitir que nos sigan matando, o vamos a empezar a actuar? No creo que sea una elección. Tenemos una responsabilidad para con los niños que ya han nacido y solo cuentan con nosotros, los adultos disponibles, para detener a los comedores de mundos.
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