Camina inclinada
hacia adelante
en un equilibrio
como confundido.
Es evidente
que no está ebria,
son los zapatos.
La miro mientras
nos cruzamos
en el paso de peatones.
Las sandalias de tacón,
desabrochadas,
y las tiras sueltas
ya no dañan
sus tobillos heridos.
Será un camino eterno
hasta llegar a su casa.
Al menos eso imagino,
a quién se le ocurre
ponerse esos zapatos
de cenicienta.
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