Quiero escuchar la música
de las constelaciones,
ir a donde los ríos
aparecen inmóviles,
donde las mariposas
nocturnas fosforecen
como una verde lluvia
seca y cálida,
ver las selvas solemnes
y silenciosas como templos
y las ciudades
muertas de Tartaria
con rosas de arena
en sus jardines.
¡Goletas hacia las islas
de la canela!
Conocer todos los perfumes
de más allá
del canal de Suez,
borrar todo temor blanco,
toda blanca soledad,
descubrir la piedra oscura,
beber en la copa en cuyo fondo
la memoria se hace noche.
Viajar en la primera
caravana de la seda,
en la Nave de los Locos,
hacerme invisible
en el María Celeste,
esconderme al paso
del Barco de la Muerte.
¡Que bailen las pavesas
en los campamentos
abandonados!
Encontrar la semilla
del fruto prohibido,
el fruto mismo.
Trasladarme allí donde
el mar es una nube,
donde los pájaros vuelan
ciegos al caer la noche
en torno a la Isla
de la Desolación,
bailar la zarabanda
de una dorada vendimia
en la tierra de los sueños...
Para eso y mucho más
existen los libros.
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