Y nos hacemos
memoria antigua
descendiendo
hasta el patio infantil
de grava y moscas,
hasta la silenciosa compañía
del juguete roto,
hasta la matriz
y hasta el primer beso
que en la celebración
de un año nuevo
sabes que se convierte
en una nueva vida,
y hasta esa primera mano
que enredaste en un cabello,
y hasta el asombro
nunca apagado
de amanecer
junto a otro cuerpo,
y hasta el envidiado pájaro:
ese pálpito primero.
Y también, descendiendo,
poner la mirada
en el diente que insomne
desgarra la sábana
sin descorrer por ello
los velos de la sorpresa.
Y así mismo,
enroscándonos,
descender a la herida
y a la fiebre
y al primer terror
y siempre al primer cuerpo.
Hasta la luz
y hasta la muerte
tejiendo la red
en la que acabarás atrapado.
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