Mientras el quehacer
atento, continuo y severo
de los ecos universales,
gravita doloroso, a través
de las pesadillas,
la bullada danza,
de un cementerio de lamentos,
se erige, abstracta y tentacular,
contra el disperso mirar
de las cosas sin sentido,
que, de una incipiente forma,
van cobrando vida.
Y la desheredada
muchedumbre,
alza y entona su canto
de vida y muerte,
enarbolando
sus cicatrizadas heridas.
Y de los despojados ataúdes,
se liberan las ardientes
y dolidas brumas
para incendiar con sus ritos,
cada uno de los crepúsculos
que reinician la vida.
¡Y al gatillarse,
de forma inconsciente,
el filo hambriento de la noche,
nuestra alma,
en el viento se derrama!,
y en el triste olvido
de toda desdicha
nos entregamos al suplicio
eterno de las cosas,
insistiendo en perpetuar
nuestro fuego
en las cenizas de un único
y quizás, también,
último pensamiento.
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