jueves, 12 de septiembre de 2024

PROSA POÉTICA: LOS DESCONOCIDOS


La inmensa mayoría de la gente no quiere quedarse sola en mitad del salón, no soportan mirar su propia cara en el espejo y sentir soledad y espesura, los dientes que rechinan haciendo huecos inmensos dentro del cuerpo. Nadie quiere que llegue la noche cuando hay tormenta y el sabor de los crisantemos está incendiando esa sensación de una casa vacía. Lo decían las madres: no aceptes caramelos de ningún desconocido, pero quién puede imaginar que desconocidos son todos, que un desconocido puede estar dentro de tu casa, que tiene un nombre que has pronunciado centenares de veces, cómo saber cuándo sacar la espina, tú que ni siquiera te reconoces cuando haces ese gesto despreocupado con la boca. Ahora los gestos tienen medidas y directrices y norte y sur, antes, cuando eras pequeño, los gestos eran las manos que llenaban la boca de pan, los pasos de baile rompiéndose encima de la cama, eran los saltos en la orilla del mar, era un puente que desbrozaba veranos. Antes las palabras no te mentían tan descaradamente y el idioma era un corro de aves encaramado al sol, antes había un lenguaje que hacía las veces de montaña y que trazaba surcos alrededor de tu almohada, soñar mañana, que los brotes retumben cerca de tu alma, que tu corazón se abra como un abrazo y un aullido venga desde el otro lado del mundo a ofrecer raíz y un sustento que se parece al campo, a un pueblo pequeño y empedrado que tiene una calle, solo una calle para que sepas regresar a casa cuando anochece. Lo decían las madres: tengan cuidado con quién se juntan, y se quedaban preocupadas cuando salíamos, esperaban junto a la ventana con la luz encendida y se tejían entre los dedos margaritas y guardaban crisálidas dentro de los bolsillos de su bata roída. Pregúntales a tus vecinos si cuando se escuchan costillas y un cristal está a punto de cegar el sol es posible seguir durmiendo como si nada, como si todavía tuviéramos tiempo para encaramarnos a las piernas de nuestras madres y pedir un poco de leche. Y queríamos hacerles entender que no debían preocuparse porque hubiésemos crecido, que ya podíamos hacer frente a la brutalidad del paisaje, que ya habíamos aprendido a tener calor cerca de los amigos, de los compañeros, de nuestra pareja. Pero pasa el tiempo, las madres ya no están y la vida acaba por enseñarnos que incluso la persona que considerabas más cercana, también puede ser una desconocida. 

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