Hay que ir demoliendo,
poco a poco, la sombra
que vemos. Que nos dieron.
Que nos dijeron: «eres».
Hay que apretar las sienes
entre los dedos. Hay
que asentir a ese punto
—comienzo, duda o hueco—
que yace dentro.
Y es preciso
que en una noche todo arda
—el «eres», el «seremos»—
y un terror polvoriento
nos muestre su estructura.
Es urgente bajarse
de los dioses. Tomar
el fuego entre las manos.
Destruir esos «yo»
que nos presentan
una hilera
de sombras agotadas.
Y dejarse caer
sobre el principio
de la vida. O del sueño.
Ser solamente vida
presente. Sin recuerdo
de ayer ni de mañana.
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