Aquí está la mar
que me hizo isleño
sosteniendo al que mira
y al que flota.
Me agrada pararme
a contemplarla.
Me agrada que sea ella
quien salude,
y me detenga,
y hunda mi peso en la arena
o clave mis pisadas
en la tierra.
Aquí está antes de ser vista
por ninguna criatura
ensimismada.
Ella fundó lo viviente
en su amalgama
de pequeñas partículas
deformes
bajo el peso de nubes
de amoniaco.
Y se exhibe a través
de mi mirada
y lo agradezco.
Para nada me acorrala
su obligada presencia
en el paisaje
porque para una isla
es promesa
de fronteras abiertas
al resto del mundo.
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