Lo que huye.
Lo que ya no prescribe
a pesar de la huida.
Lo atrapado.
La mesa o el jarrón,
el labio o el diente,
la cabeza de ajo,
los ojos del terror
y la amorosa
entrega de otros ojos.
La ceja
enarcada de pronto,
sorprendido gesto
que remata
la duda indefinida.
La mano que te toca.
También
la que te palpa el alma.
La lluvia.
Los abrigos sombríos
de la duda y del miedo.
Ese vehículo que atraviesa
la noche indiferente,
tantas noches
también indiferentes.
El poema.
El arte.
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