martes, 9 de julio de 2024

REFLEXIÓN: VERANO


Está el barrio, están sus calles, está la gente que me saluda cuando nos cruzamos, están los jardines y las gallinas que viven en ellos como reinas, está el proceso de integración en este entorno nuevo en el que vivo ahora, está la búsqueda de la paz y la tranquilidad de una nueva vida que estoy levantando poco a poco, está la sencillez del que necesita lo mínimo para sentirse lleno. Esas serán mis vacaciones de verano, el presupuesto no da para más. Y también es la barricada que estoy levantando en defensa propia. Quiero disfrutar de lo natural, lo sencillo, alegre y austero. Una lagartija asoma la cabeza por una grieta, una familia de gallinas se arremolina a mi alrededor cuando les llevo comida, se oye la llamada insistente del mirlo, un gato camina con aire distraído como pensando en sus cosas, una pareja de edad avanzada que pasea a su perro me sonríe desde la distancia porque saben que me acercaré a acariciarlo. Parece que a mi alrededor las cosas son como deben ser, como eran antes; están donde siempre deberían estar, solo que ahí fuera parece que ahora el mundo se está rompiendo en pedazos y hay que defenderse. He llegado hasta aquí cargando con la suciedad que he acumulado en la mente a lo largo del año por los problemas personales y del resto del mundo. He traído hasta aquí toda la miseria de este último: la guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza, el aire envenenado de la política que amenaza con descalabrar las instituciones del Estado. Más allá del barrio está el decrépito emperador Joe Biden que da la mano a sus fantasmas cerebrales frente a un búfalo desmesurado de color calabaza, Donald Trump, el nuevo Heliogábalo que amenaza con derribar todas las empalizadas de Occidente; está la extrema derecha a punto de convertir sus ladridos en decretos; están las mujeres asesinadas por ser libres, los náufragos que se cobra el mismo mar que a nosotros nos baña. En propia defensa usaré este verano la sombra de los árboles, la poesía, el aroma de las plantas, el cariño de mis hijas y mi nieta, el aviso de los gallos de que empieza un nuevo día y los pateos por el campo y los montes que he vuelto a retomar. Aparentemente no es nada extraordinario, ya lo sé. Pero es que en el fondo se trata de encontrar una manera de afrontar el que va a ser el último capítulo en el libro de mi vida. No tengo legados que dejar, ni me interesan los juicios que los demás puedan hacer. Este verano me voy a dedicar con esmero a mi legítima defensa, a vaciarme los bolsillos de lastres del pasado. Frente a los demás, e incluso frente a mí mismo, ya no me vale más que la serenidad en el alma. 

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