La evolución
hizo bien su trabajo:
dos faros para alumbrar
las piedras
una nariz para encontrar
el hogar del hijo
una lengua para saborear
manzanas
dos pies para llegar
a los otros
y diez dedos para
consolarlos
Con esos dedos,
el hombre
horadó el vientre de la tierra
y sembró la semilla.
Fabricó el pan
lo llevó a su boca
y formó un cuenco
para beber.
Construyó una casa
y una silla.
Pero un día
se olvidó del surco
y comió la hogaza
que sus dedos no amasaron.
Para defender la silla
afiló el metal
y otro día
con la mano
que bendijo al crío
mató a su hermano.
La sangre
y el brillo del oro
cegaron sus ojos
y el hombre no pudo ver
que los dioses
y él mismo estaban
en aquellos huesos.
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