La pintura de Emilio Pina Lupiáñez (1937-2020) puede integrarse en la tradición de cierto costumbrismo madrileño: Francisco de Goya, Leonardo Alenza, Eugenio Lucas y Juan Barba, entre otros. Un costumbrismo poético y, a veces, nostálgico y evocador de un Madrid castizo anterior al desarrollo y al cosmopolitismo. Un Madrid casi primigenio de corralas, portalones, pequeños comercios y talleres artesanos, fiestas populares, guiñoles y tiovivos, aunque exento de tintes folclóricos. Un Madrid, cuyos personajes sencillos e inocentes marcan, en gran medida, sus intereses y su temática como pintor. También el paisaje es motivo de atención, pero siempre interpretado de un modo personal. Especial relevancia tiene el paisaje urbano: estaciones de ferrocarril, antiguos comercios, arrabales, siempre evocadores de un pasado prácticamente extinguido.
Pina Lupiáñez pinta sin modelo, la mayor parte de su obra es fruto de su imaginación, su paleta de colores es amplia pero muy elaborada, y apenas hace uso de los colores puros. Su obra se caracteriza por la representación de atmósferas y ambientes en los que se desarrolla la vida cotidiana de los más humildes. En este sentido, la obra de Pina Lupiáñez posee también cierta carga social. Con el tiempo, la temática se hace más compleja, aunque dentro de la misma línea, al tiempo que hace un empleo más sofisticado del color.
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