Empiezan a llegar los primeros
ramalazos de adolescencia,
pero afortunadamente
se conserva en tu interior
la niñez intacta todavía:
la risa más perenne cada tarde,
en las manos algún trozo de bosque
y un montón de preguntas
sobre el mundo reciente.
Tú no lo sabes, pero el mundo
tiene un sabio asignado a cada niño,
un sabio que se enferma y tose en ti.
Le gusta destaparse en sueños
para que tú lo cubras
o vigiles su fiebre y el calibre del frío.
Maestro con temor de esclavo
que, a punto de ser libre,
se intuye solo y frágil
y busca un amo para siempre.
He visto que crecían
tus ojos en estos diez años
como dos faros fijos en la costa,
dos señales simétricas
de esperanza y refugio
dando entrada
a las naves extranjeras.
En ellos resucito
y leo como en libro cifrado
en clave de futuro misterioso.
Adivino una historia,
el alimento que das
a los animales,
los amores de paso que vendrán
a enseñarte distancias,
besos, dudas, andenes
donde decir adiós.
Y noches en las que no decir.
Pero no quiero hablar
de cosas venideras,
pues se han roto las bolas de cristal
y ya no hay profetas ni verdades
que resistan enteras la explosión
de un misil enemigo en su tejado.
Te escribo porque pienso
en las cosas que aún ignoras.
Y siempre que apareces frente a mí
me acuerdo de la forma
en que crecemos
y dejamos la infancia abandonada
en baúles sin llave,
con todos los vestidos
que no supieron ajustarse
al crecimiento, a las edades,
al destino del cuerpo.
Yo sé que tú no sabes, Bahía,
que alguna vez la vida es un tiovivo
con los caballos muertos a pedradas,
que nos suben a dar vueltas y vueltas
de frenético espanto y resistencia.
Los humanos entonces,
desde islotes cercados
por un mar en remolino,
observamos que un mundo
afuera gira ajeno a nuestro giro.
No siempre se parecen
los días a los días,
como una lata idéntica a otra lata
de pescado en conserva.
De pronto un viento malo y corrosivo
derrite los metales,
y de las latas salen
los peores microbios
para infectar lo fresco.
Y una misma palabra
casi nunca es lo mismo.
Por ejemplo,
conoces la palabra gusano.
Pero resulta que a veces
gusano se refiere
a un miembro de tu especie,
a cualquier ser humano
que practica el oficio
canalla de no serlo.
Porque hay personas asombrosas
que se comen las frutas
podridas y renacen.
Pero yo, cuando miro
la belleza en tu rostro,
y noto que a cada centímetro
te haces dueña del tiempo
y de sus trampas, quisiera poseer
la magia de los cuentos,
tener todas las fórmulas
para que tú nunca sufrieras,
para que encuentres al instante
un resquicio de huida
si un puño te acorrala,
para que nadie te obligue a buscar
las piezas que no encajan
en el puzle que construyen
tus manos impacientes,
con los ojos
y algún trozo de bosque.
Si pudiera dejarte un manual de uso,
una guarida en medio de la nieve.
Si tal vez aprendiera a convertirme
en el vigía de los niños
como el guardián entre el centeno.
Pero no, así que estoy pensando
en algo grande:
dar un tiro de gracia a la injusticia.
Pero no acertaré, seguramente.
Verás que los adultos se repiten
incansables en cárceles y muerte,
en errores iguales
y en luchas desiguales,
en amores sin causa
y violencia entre hermanos.
Se desorientan en la incertidumbre
de los años sin norte,
como en un laberinto,
los adultos, yo mismo.
Hoy te escribo para mañana,
para que puedas perdonarnos
la inercia de ir muriendo
sin darte explicaciones,
Por las respuestas torpes,
por la herencia maltrecha.
Cuando el dolor
te lance sus cuchillos
y sientas que un amigo te ha fallado;
cuando adviertas
en sombra una alambrada
que tienes que saltar
pues te persiguen,
acepta lo difícil como un guante
que te arroja la vida, un desafío.
Que jamás el cansancio
te sorprenda sin fuerzas.
Nunca digas qué largo es el camino,
no puedo más y aquí me quedo.
Y para acabar, por favor,
como serás más lista que yo
intenta no repetir mis errores,
perdona si he cometido
alguno contigo,
y también recuerda siempre
que a veces me duele el alma
de lo mucho que te quiero.
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