A todas mis neuronas
desleales
a la pena de siempre
y sus aburridos ministros
a mi vieja culpa
con su sonrisa de jóker
a la hiena que me patrulla
el intestino.
A ustedes,
íntimas alimañas
que me siguen
desde hace años
en la cama, en la calle,
en el mercado.
A ustedes
que me esperan puntuales
al otro lado del sol
y la alegría
y me lanzan
el buitre de la angustia
cuando menos me lo espero.
Quiero deciles algo:
El poema es mi pastor,
nada me falta.
No podrán atraparme
nunca más
ni siquiera
las mañanas de dolores
en el cuerpo o en el alma,
ni en los hospitales
de lágrimas
ni en los tanatorios
de Júpiter.
Dragones de mi infancia
en zapatillas
aunque vuelen
verdes y ligeros
y se posen como
sórdidos abejejorros
en los ojos de la gente
que más quiero.
No podrán atraparme
porque yo soy más rápido
y tengo guardada
en el bolsillo
toda la tierra prometida.
El poema es mi pastor,
nada me falta.
Él separa las aguas
de mi pecho
y multiplica los planes
y los meses.
Él me lleva
a fuentes tranquilas
donde la hierba
de mi alma reverdece
y lentamente se levanta
una oveja blanca
en mi cerebro.
Bienaventurados
los pobres
porque ellos verán a Dios.
Felices los infelices
porque el reino de los cielos
está en la poesía
y por lo sencillo que es
llegar hasta ella.
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