Si votamos al verdugo,
el verdugo hará de verdugo
por poco que nos gusten
las ejecuciones.
Si votamos por la apisonadora,
por poco que se mueva,
tendremos que llorar
la desaparición de la trocha,
el arrecife, los líquenes,
el lobo y el oso pardo.
Si votamos
por el campo de golf
no podremos reivindicar
el bosque, el panal y la viña.
Si votamos por la propiedad
privada de los medios
de producción
no nos quejemos luego
del aberrante orden social
del neoliberalismo.
Vivir en democracia
también es hacerse cargo,
buscar hondura,
intensidad y extravío,
reconocer que la bestia
no sólo vive extramuros
o en la casa del vecino,
sino también
en nuestros sueños
y en el trocito de felicidad
que acabas de comprarte.
No engañar ni engañarse,
salir de la autopista
para darle una oportunidad
a lo poco que quedó
al margen de la autopista,
encontrar soluciones
a la moneda gastada
del capitalismo.
La tarea del superhéroe
es salvar al mundo,
la del minúsculo ciudadano
de la papeleta en la mano
es ceder el asiento
en el autobús abarrotado
y esforzarse en descubrir
que somos parte del ser
que formamos todos los seres,
y acompasar
la respiración con ellos,
vivir como si el amor y la poesía
pudieran cambiar el mundo
porque el amor y la poesía
cambian el mundo.
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