Tengo de repente
las palabras de nuestros
abuelos en la boca.
Me sorprendo al decirlas
con naturalidad,
nunca las busco,
vienen igual que un gesto
aprendido hace mucho
o mi respiración.
Y eso me gusta,
me gusta ver
que hay algo de ellos
que está dentro de mí,
y que respira,
y que mientras yo viva
no morirá.
También que,
de alguna manera,
al pronunciarlas siento
que puedo convocarlos
junto a mí
y sentir, aunque leve,
un abrazo agradecido
por el valor que le doy
a lo que hicieron
por esta tierra
y también por el futuro
por el que se dejaron
la piel para nosotros.
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