Niños escritos en párrafos
que conjugan
el terror del presente
frente al mal.
He visto sus rostros
—opacos—
de mirada imprecisa
y entre sus dedos
tempestades de luz.
El tiempo apenas
les dio opción a medir
cuántos centímetros
tiene la felicidad.
Cierran los ojos
para siempre
tras el último estallido,
con grietas en sus rostros.
Míralos, ahí están,
frente a la esperanza
que cruje como nueces
con labios de dátil
y bombas de maldad.
Niños derramados
como agua de cántaro roto
en la oscuridad
del sótano del mundo.
Niños asustados.
Como ramas de árbol partido.
Pequeñas, tiernas, débiles.
Niños con espanto.
Escondidos en el frío rincón
que presagia sueños malditos.
Niños. Asustados.
Presagiando
una ejecución implacable.
Huérfanos, tal vez,
tras la noche malvada.
Niños, solo niños.
Recostados
en la oscuridad del cosmos.
Sentados sobre
las lágrimas de Dios.
Turbados, con asombro.
Niños desconfiados.
Derramados como agua
de cántaro roto.
En la oscuridad.
Escondidos, acurrucados.
Prendidos de dolor.
Marchitos, difuntos
desmembrados.
Solo eran niños.
Ahora estrellas afiladas
alumbrando el cielo de Gaza.
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