viernes, 24 de mayo de 2024

PINTURA: DÉBORA ARANGO (2)


El tren de la muerte
, de Débora Arango, muestra parte de un tren en movimiento, en el centro hay un vagón que lleva las puertas abiertas, en su interior se pueden ver rostros desfigurados, ensangrentados, fundidos unos con otros, amontonados; aquellas caras cadavéricas, verdes, moradas con bocas y ojos abiertos, evidencian tortura y muerte. El color gris en distintas tonalidades se evidencia en la parte media y superior del cuadro, en donde el humo y las ondas muestran el movimiento de la máquina de vapor. La parte inferior del cuadro equilibra la pintura con el color amarillo de la arena en la esquina inferior izquierda del cuadro, del mismo modo que el color marrón de los listones de madera hace parte de la carrilera.

La imagen es una representación del terror de la guerra en el contexto colombiano de la primera mitad del siglo XX. Por medio de elementos compositivos como el humo y la diagonal por la que atraviesa el tren, la artista nos acerca a una atmosfera fría y lúgubre en la que la acción en movimiento se desarrolla. Lo que vemos no es una postal estática de un acontecimiento siniestro, es la representación de un tiempo constante en el que la muerte se abre paso, llevando consigo a centenares de civiles para ser desaparecidos en el anonimato.

Los rostros de los sujetos al interior del vagón parecen carecer de volumen, de peso, lo único que los distingue como humanos son sus rostros llenos de expresión. Entre tonos verdes, morados y grises, Débora ha pintado el rostro desfigurado de la muerte. Estos rostros, estas manos, estos cuerpos que se aglomeran en el espacio y lo llenan de dolor, se convierten en una masa expresiva. No es fácil distinguir cuerpos enteros, cada ser pierde su individualidad y se convierte en parte de un todo al que desde ese instante pertenecerán. El todo de las víctimas de una violencia bipartidista que arrasó, no sólo con poblaciones antioqueñas, como ésta en Puerto Berrio, sino con comunidades por todo lo largo y ancho del país.

La artista nos presenta no sólo el tránsito de estos cuerpos en su encuentro con la muerte, nos da indicios también de aquello que pudo haber pasado antes de que llegaran allí. Las manos marcadas en el exterior del vagón aparecen como huellas de la sangre derramada, como huellas del intento por no entrar en aquel tren; de la desesperación, el miedo y la angustia que debieron haber sufrido estas personas antes de montar en su carruaje fúnebre, en ese tren que es nada más y nada menos, símbolo de un país en pleno progreso tecnológico. Algunos autores han interpretado que la artista se está refiriendo a la Masacre de las Bananeras ocurrida en Ciénaga (Magdalena) en 1928.

En realidad, desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, Débora Arango desarrolla un arte ardientemente político, en el cual toma partido contra la violencia y explotación que padece Colombia por cuenta de la clase política, enquistada en el poder. El drama de estas pinturas es todavía mayor si se piensa que, para entonces, la artista padecía un verdadero exilio en su casa de Envigado y que sus obras más comprometidas no eran vistas por casi nadie. Parecía “una voz en el desierto”.

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