que en estas
mismas islas
nuestros antepasados
redoblaron la ternura
como quien añade
pan a la mesa.
Que sellaron la felicidad
sobre un abrazo
en el que edificaron
su amor por la tierra
y bendijeron
la misión de las lombrices
fortaleciendo el futuro
de los recién nacidos,
la fertilidad
de los sueños más ágiles.
Aunque pronto
los cimientos del día
doblaron sus espaldas
hasta verse obligados
a besar donde
otros habrían de pisar.
Nada de lo sucedido
estaba escrito
pero vieron morir
su medio de vida
y su cultura.
No me consuela
que a otros
les sucediera lo mismo.
Por eso aquí,
en medio del Atlántico,
desde entonces
siempre se ha repetido
el que debamos
morir todos juntos
para comenzar de nuevo.
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