Los días pueden ser muy largos y las noches muy negras cuando no se tiene quien te eche cuenta. No hablo de hijos ni de padres ni de hermanos, sino de alguien que te acaricie el lomo y el alma. Alguien a quien le importes y te importe más allá de los genes y los cuidados debidos. Alguien con quien puedas descansar de ti mismo. Hay quienes lo llaman amor. Dejémoslo en compañía y afecto profundo y recíproco. Cuando eso se tuvo y se pierde, o se anhela y no llega, ni el triste consuelo de constatar que otros están peor viendo desgracias ajenas en la tele compensa la sensación de haber sido excluido de la fiesta de la vida. Así que si, de repente, un día tonto, alguien te entra por una pantalla, te regala los oídos, y te desea buenos días y buenas noches a diario, puedes engancharte a esa droga y, cuando quieres darte cuenta, darle lo que te pida, lo tengas o no lo tengas, con tal de que te lo siga diciendo. Da igual que su foto no resista una búsqueda en Google. Que su español sea de traductor electrónico. Te lo crees porque quieres creértelo. Los llaman estafadores del amor. Dejémoslo en camellos del sentirse vivo por y para alguien. Un cebo que pican demasiados mujeres y hombres, aunque ellos denuncian menos porque les da más vergüenza. Más que la edad y la incompetencia digital, que también, es la soledad que les roe el ánimo lo que les convierte en víctimas de quienes les despluman la cartera y les rompen las aurículas.
“Te ves hermosa”, le escribió un mal día, desde algún ordenador en algún rincón del planeta, alguien sin escrúpulos a Amelia, de 71 años, la menor de los tres hermanos asesinados en su casa del pueblo madrileño de Morata de Tajuña. Igual era la primera vez que se lo decían, o hacía tanto que lo deseaba y no llegaba que Amelia cayó en una trampa que acabaría llevándoselos a los tres por delante. Dio igual que su foto fuera la de Wesley Clark, un general yanqui retirado después de liderar la OTAN durante la guerra de Kosovo. Que el piropo sonara a falso desde Kabul, donde el suplantador decía que estaba destinado. Amelia le creyó porque quería creérselo. Como se creyó la gitana al payo que le dijo “serás más que reina” en la mítica copla. Qué ilusa, Amelia, la juzgamos quienes presumimos de que jamás morderíamos tan burdo anzuelo. Pero de ilusión también se vive. Y se muere.
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