Nos acostumbramos
a la lógica implacable
de las superficies
incorporamos sus texturas
a nuestro repertorio
de rutinas,
ya nada nos asombra
ni los pliegues
ni los restos
que se desparraman
ni los contornos,
pero de vez en cuando
se instala en nosotros
la sospecha
del tacto
queremos tocar
el mar
un pequeño puñado
de tierra removida
el tejido horadado
de una camisa
la manita de un bebé
el pelaje
de un gato dormido,
tocar como si fuera
la primera
o la última oportunidad
y llegamos
a nuestra piel
cuando ya nada
nos separa del resto
superficie
entre superficies
territorio desplegado
objeto arrojado al mundo,
también nosotros.
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