A veces me entran ganas
de retar a duelo
al hombre
que asesinó a mi padre
y demolió mi casa
y me mandó
desamparado a errar
por el vasto mundo.
¿Pero qué conseguiría?
Si él me llegara a matar
entonces yo lograría
descansar en paz
mientras que si fuera
yo quien lo matara
no serviría de nada
y ni siquiera llegaría
a sentirme bien.
Y es que si me enterara
en medio de ese duelo
que mi enemigo
tiene madre
que le está esperando,
o padre
que se agarra el pecho,
angustiado, preocupado
cada noche porque su hijo
tarda en regresar a casa
aunque sólo sea
un cuarto de hora,
en ese caso,
no lo mataría,
aunque lograra vencerlo.
No solo eso,
no lo mataría si me enterara
que tiene hermanos
y hermanas
que le tienen cariño
y no dejan de extrañarlo.
O que tiene
mujer que lo espera
e hijos
que lo añoran
cuando se ausenta
y son felices
con los regalos que les compra.
O que tiene
amigos, compañeros
vecinos y conocidos,
compañeros de celda,
gente con quien comparte
habitación en el hospital,
camaradas de estudio
que se interesan por él
y gustan de saludarlo.
Pero si es una persona solitaria,
que carece de familia,
de madre y de padre
de hermanos y hermanas,
Que no tiene mujer ni hijos,
sin amigos, compañeros
o vecinos
con quien compartir
momentos difíciles:
no seré yo quién agrave
su sufrimiento.
Solo me consolaré
tratándolo con indiferencia
cuando por la calle
me cruce con él.
Y trataré de convencerme
a mi mismo
que mi indiferencia
es también en si misma
una forma de venganza.
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