domingo, 14 de enero de 2024

PINTURA: LA OBRA DE ARTE Y EL ESPECTADOR


El verdadero genio de un pintor no está en su técnica, sino en los pequeños detalles que plasma en su obra y que pasan desapercibidos a primera vista, pero que nuestro subconsciente registra. Hay cosas que vemos sin saber que las vemos. Cuando miramos un cuadro, recibimos mucha información, más de la que nos damos cuenta. La primera vez que ponemos los ojos en una pintura es como abrir los ojos en la semioscuridad: al principio está todo oscuro, pero, poco a poco, las pupilas se dilatan y empezamos a distinguir los contornos de las cosas, las formas, las sombras y las siluetas, incluso algún atisbo de color, todo en el juego de las luces y las sombras. Por eso hay que detenerse frente a una obra y mirar sin prisas, para ir descubriendo poco a poco pequeñas cosas ocultas, discretas, que añaden significado extra a lo que vemos a primera vista.  La masificación en algunos museos acerca el arte a mucha gente, lo que es de agradecer. Pero también convierte la visita a la pinacoteca en un agobio que impide que exista un ambiente propicio para la interacción de una obra con el espectador que la contempla.

El cuadro Paisaje de primavera con arcoiris (Spring at Barbizon) (1873) de Jean-Francois Millet, presenta esa modalidad lírica que caracterizó la pintura del artista, influenciada por la obra de John Constable y sobre todo del holandés Jacob van Ruysdael. Se trata de un paisaje de estilo realista pero, donde el arcoiris al fondo y esa luminosidad tan especial le dan un toque de “paisaje de cuento de hadas”. Es cuadro dedicado por entero a la naturaleza, se observan a lo lejos sin casi importancia a un campesino que está debajo del árbol del centro, al fondo, muy al fondo que casi no se ve. Pero es el elemento al que nos lleva el camino principal. En el primer golpe de vista destaca el camino del centro, y el árbol al fondo. Pero si se sigue mirando, aparece ante los ojos el contraste entre la oscuridad de la tormenta y la luminosidad del sol sobre los campos, o la delicadeza de las pequeñas flores que crecen al lado del camino. Y entonces uno puede empezar a imaginar el olor a tierra mojada, o la frescura del aire después de la tormenta.

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