jueves, 4 de enero de 2024

OPINIÓN: A RAÍZ DEL CONCIERTO



Como todas las grandes orquestas, la Filarmónica de Viena debe su excelencia a la contribución de músicos de todo el mundo. Un 40% de los miembros actuales son extranjeros, y destaca el contingente de nacionales de países del antiguo Imperio Austrohúngaro (checos, eslovacos, húngaros, rumanos…), lo que tiene sentido en una institución consagrada en parte a explotar la nostalgia imperial. De eso va también un poco el Concierto de Año Nuevo, la mayor operación propagandística del chovinismo austriaco, y es fabuloso que utilice como instrumento a su institución más cosmopolita.

Este año, con el director Christian Thielemann, honraron el bicentenario de Anton Bruckner, que se celebra este 2024. No cabe reproche cultural a la elección, pero es curioso que prefieran homenajear a un compositor más austriaco que la tarta Sacher y no aludiesen al otro gran bicentenario musical de este año: el estreno en Viena en 1824 de la Novena de Beethoven, himno de la alegría. El himno de Europa es una versión de Karajan, maestro de Thielemann, por lo que el mismo director que valía para el roto de Bruckner servía para el descosido de Beethoven.

Decía Billy Wilder que los austriacos eran brillantes, pues convencieron al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven, austriaco. Los austriacos de hoy, apegados al terruño y a las nostalgias nacionalistas, prefieren celebrar a un músico de localismo probado y dejarse de efusiones europeístas. En 2024, Austria celebrará elecciones, y las encuestas dicen que el Partido de la Libertad, ultraderechista, va a arrasar como primera e indiscutida fuerza. Como nos descuidemos, los dos siglos del himno de Europa no los va a festejar nadie. En Viena, donde se compuso y se tocó por primera vez, no están los ánimos a favor.

El Concierto de Año Nuevo se ve en 100 países. Es uno de esos pocos acontecimientos que merecen ser llamados globales: cientos de millones de personas dan palmas al unísono con La marcha Radetzky, en un ritual ecuménico y doméstico que transforma una música bélica en un jolgorio que pone a todo el mundo de buen humor y nos reúne en un legado cultural común. En un continente cada vez más aldeano, esta forma ingenua y banal de saludar al año puede convertirse en una pequeña subversión. O, como poco, en un recordatorio de una Europa que nunca fue.

A 2024 le pido que sin olvidar a Bruckner, que no tiene culpa de nada, le dediquemos unos pensamientos más entusiastas al sordo de Beethoven, que nació alemán y no austriaco, pero con su música nos enseñó a no ser provincianos. Y es algo en que pensar en un año en que hay elecciones europeas en un contexto donde florece la extrema derecha. 

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