Como si no existieran
la rutina indeleble,
las deudas con la vida,
las tardes infumables,
los fracasos comunes,
la muerte y sus vacíos
llenando el corazón.
Deja a un lado todo eso:
las fingidas pasiones,
las pasiones frustradas
por los días iguales,
la creencia en un mundo
imposible,
los años y su herida,
la tristeza sin causa
del ocaso.
Cuando la edad te incline
a hacer balance,
al cruzar esa calle
en la que sentirás
una tranquila predisposición
a ser feliz a toda costa
piensa las veces
que te ha detenido,
aunque llevases prisa,
la luz de la mañana
estrenando las cosas,
la rosa que creíste
nacida para ti
o la fugaz visión
—que durará una vida—
del cuerpo hermoso,
aún indefinido,
que despertó el deseo.
Son todo lo que tienes.
Su breve intensidad
las hace eternas.
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