Fue un repliegue callado. Una mañana el dinosaurio se ausentó y al despertarme ya no estaba allí. Desde entonces la tibieza de mi dormitorio ha perdido su foco de luz, ese punto exacto donde fijar la mirada. No dejo de preguntarme qué provocó su ausencia, mientras guardo un colmado reguero de palabras no dichas. El recuerdo marca huellas en mí.
Mientras, a la distancia justa, la soledad del dinosaurio busca rescoldo en otros ojos.
A Monterroso, con mi respeto y admiración...
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