sábado, 18 de febrero de 2023

PROSA POÉTICA: MIRAR ATRÁS


Hablar de los plumieres de hace tanto… Fue un tiempo de pupitres y pizarras, de tizas y de lluvia en los cristales; fue el tiempo de la tabla y de las voces que ardían como un verso en la memoria, tal vez como un suspiro en la memoria. Y el miedo al regletazo del maestro —entonces nos pegaban a la mínima—, el miedo al castigo sin comer como recurso pedagógico, el hambre llenando aquella atmósfera gris, monótona, profunda y apagada.

Los fines de semana, sin embargo, eran distintos. Eran un canto a la felicidad del barrio, del juego en las calles, de la pandilla haciendo de las suyas, de la peli del oeste o de piratas los sábados al mediodía. La voz de la niñez habla sin prisa. Son muchos manantiales en su boca, son claros hontanares los que corren. Y siento que la voz de las corrientes nos lleva de regreso a aquellos años perdidos para siempre en el recuerdo. Después de aquellas clases cuyo hedor tendía nuestros ánimos heridos, un soplo de juego libre nos miraba gozar la libertad de los ocasos.

Buscar el monte ya era una aventura. Las horas de la noche, por supuesto, se hacían más curiosas: los lobos y los duendes o la bruja campaban a sus anchas en las mentes de niños que indagaban sus misterios. Y un algo de las brumas del alisio fingían los paisajes alemanes que inspiran esas páginas ilustres de cuentos que rezuman fantasía.


Los duendes se escondían. Los gnomos, esos viejos carcamales, también eran posibles a esas horas ambiguas de misterio y de belleza. Y allí las matemáticas, los mapas, las notas para casa y los plumieres dejaban de ser algo, y la libertad bullía entre la pobreza y la brisa.

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