La mañana perdida
entre minucias,
y luego, distraída,
sale tarde a la compra.
La luz se le adelanta
soñadora
y la tibieza de este invierno
va envolviendo sus pasos.
No lleva prisa,
parece que jugara
a dejarse llevar
por el destino
para cruzar al fin
al otro lado,
donde el cielo se ensancha.
Detrás el sol calienta
como unos brazos lentos
y sonríen sus ojos
al aire azul de la alegría.
Aunque no va de fiesta
ni a sumergirse
en la corriente
fabulosa del azar:
tan sólo va a la compra.
Y tarde.
Y sin embargo se demora,
deja que le muerda ese sol
que acaricia su espalda.
Camina como si no fuera
ella, la que lleva su nombre,
la que cuenta sus años.
Porque tal vez sea otra,
porque tal vez es necesario,
en el fondo, ser todas.
¿Cómo encender la vida
sin hacerle un quiebro
a la muerte?
¿Cómo ir al trabajo,
al mercado del mundo,
olvidando esa calle distinta
que nos crece en las venas?
¿Cómo llamarse libertad
mientras te arrastra
el río de la historia?
En la historia
pequeña de este día
ha llegado por fin
a su destino,
el santuario donde
todo se vende,
donde todo se alcanza:
adiós a la alegría,
al cielo limpio,
ahora toca cambiar el paso.
Sin mirar el reloj, ya sabe
que el tiempo volará
arañando segundos,
que se hará tarde y volverá,
precipitadamente,
al nido donde los suyos
abren el pico con apetito.
Al final, recogiendo,
el aire azul
se le irá entre los dedos,
como el agua traspasa
el colador de su vida.
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