lunes, 6 de febrero de 2023

OPINIÓN: MONSTRUOS

 


“Vi al pálido estudiante de las artes prohibidas arrodillado junto a la cosa que había creado. Vi el espantoso fantasma de un hombre tendido, y luego, por obra de algún potente mecanismo, mostró signos de vida y se agitó con un movimiento inquieto y antinatural. Espantoso como era; porque sumamente espantoso sería cualquier esfuerzo humano para burlarse del mecanismo estupendo del Creador del mundo”.

Esa visión de Mary Shelley dio lugar a una novela fascinante que dio vida en 1831 a una de las criaturas más extraordinarias de la literatura, ya convertido en mito: el monstruo de Frankenstein. El cine ha distorsionado la idea que nos hacemos del monstruo creado por un joven médico que, cegado por la ambición de ser el creador de una vida, cose cadáveres en un laboratorio. Pero la criatura resultante no será hermosa, sino un ser deforme, provocador de terror y repugnancia. Lo inaudito es que a una joven de tan solo 17 años se le ocurrieran dos ideas extraordinarias que transgredían las convenciones morales y que trascienden el valor puramente literario de esta obra. Shelley es una visionaria que anticipa la idea de que un hallazgo científico debe obedecer a una ética y que sin límite puede desencadenarse el desastre. No se queda ahí la originalidad de su pensamiento: la autora le ofrece al monstruo la oportunidad de explicar las razones de su crueldad y de implorar piedad. El discurso en boca de ese pobre engendro vuelve a ser necesario en este presente que vivimos, en mi opinión extremadamente punitivo y revanchista, porque incide en el derecho que debe tener el reo a ser escuchado ante un jurado, ante la sociedad o ante su Dios creador. Fue, sin duda, Mary Shelley una anticipada a la idea progresista, ahora en desuso, de la reinserción o como queramos llamar a que los individuos que han delinquido gocen de segundas oportunidades.

Poco hemos avanzado en ese sentido. Cualquier condena a un delincuente nos parece blanda, lo habitual es que solo encontremos alivio si el castigo al que delinque es despiadado y no dudemos en unirnos a los que tiran piedras contra quien ya está siendo linchado públicamente. Sean aquellos que se ven respaldados por causas nobles o esos otros que han descartado el perdón de su implacable religión de pacotilla parece que hemos establecido una división insalvable entre pecadores e inocentes, así que más vale apuntarse al señalamiento de cualquier chivo expiatorio para situarnos en el bando de los libres de pecado. El monstruo de Frankenstein nos enseña que los verdaderos monstruos podemos ser nosotros, yo me niego a entrar por ese aro. 

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