Cuando las otras palabras
se agrandan
con el viento helado
y se hinchan de odio
las banderas y sus telas
se encarnan en astas
que embisten
al forastero sin patria
y al que pobre quedó
a la vera del camino
y al que habla a sus dioses
en otro idioma…
Cuando esto sucede
tan a menudo,
la palabra PAZ huye
y queda arrumbada
en un rincón y nadie
la visita porque es
palabra humilde y fracasada
desde la cruel herencia
de Caín y Abel.
Quizás, esa pequeña
palabra haya muerto
y solo el silencio
sea capaz de resucitarla.
Acaso, como escribió alguien
«Auschwitz comienza
donde quiera que alguno
mire un matadero y piense:
solo son animales».
¿Se puede,
te preguntas entonces,
escribir un poema
después de respirar
carne humana chamuscada
o de ver hileras de cuerpos
que huyen sin rumbo
de las bombas en Kiev?
¿Acaso, estas palabras
que estoy escribiendo
en este instante sirven
para parar una sola
bala de cañón
o un misil cruelmente
teledirigido hacia la muerte?
¿Tendrán tiempo de leer
un poema los conductores
de los blindados,
los explotadores
y asesinos de mujeres
y los que comercian
aquí y allá
con salarios de hambre?
Acaso, fuera más eficaz
inventar palabras
que no digan,
palabras mudas,
que dejen al descubierto
todos los ruidos
que destruyen el mundo
y que hable el silencio.
Pero, ¿cómo callar el llanto
de las madres y las novias
y de las hermanas
y de los niños de teta
y de los estudiantes
sin libros
y de sus amigos muertos
en estúpidas guerras?
¿Y cómo callar la soledad
de los cuerpos
a merced del mar
mientras sueñan paraísos
en pateras mercenarias
o cómo callar el grito
ahogado por las moscas,
de los niños africanos?
La palabra PAZ
es tan pequeña
que no cabe en el Mundo.
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