domingo, 3 de julio de 2022

REFLEXIÓN: SEGÚN SUS ACTOS


He tardado muchos años en dejar de juzgar a las personas por su ideología. Debido a que desde muy joven fui amamantado por el antifranquismo creía que por gracia de la naturaleza la gente de izquierdas era inteligente, generosa, solidaria, con una honradez congénita y cuanto más roja, más alta y más guapa; en cambio, la de derechas era esa gente que confundía al poeta Rilke con un delantero del Bayer de Múnich y ante un cuadro de Miró o de Picasso solía día decir que eso lo pinta mejor mi hijo. Tal vez en la derecha podía haber empollones, memoriosos y eruditos, pero era imposible que hubiera un intelectual que interpretara el mundo de forma crítica solo a través de las ideas y no de sus propios intereses y creencias. En aquel tiempo en el Barrio Latino de París se decía que Dios era un intelectual de izquierdas, un hecho que confería una superioridad moral a los jóvenes progresistas frente a quienes confundían el patriotismo con los buenos negocios y desarrollaban toda clase de argucias para legalizar sus trampas en las notarías. El antifranquismo te impedía ver la viga en el propio ojo. Han tenido que romperse muchos sueños, presenciar muchas insidias y traiciones para comprender que la ideología es una capa muy liviana del alma humana frente a la ética, que es la auténtica vara de medir a las personas, siempre una a una y sin tener en cuenta la política. Este es sabio, este es idiota, este es inteligente, este es malvado o simpático o fanático o generoso o lúcido o mangante, sea de izquierdas o de derechas, aprendí por fin a valorar a cada cual según sus actos.

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