Siempre quedará
una oración
que repetir entre dientes
un mar que trazar
con el índice
una huella de olor
que vestir de oportunidad
unas horas sin aliento
quebradas para el regreso.
Tú, yo, el otro
todos los nosotros
vigilantes inquietos
por el improbable
apaciguamiento del verbo,
ese verbo que se arrastra
lamiendo nuestras sombras
para que no olvidemos
de dónde venimos
como si pudiéramos
como si pudiésemos
como si tuviéramos
una oración vertebrada
vibrando en nuestras
cuerdas vocales.
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