Hay sueños que no acaban
cuando enciendes las luces
y viene a sacudirte la rutina.
Los sigues masticando
mojados en el desayuno
de los momentos primeros.
Y cuando ya estás listo
para salir de casa,
se te meten en el bolsillo
junto a las llaves del coche:
No sientes
el temblor de la intemperie,
pero la desazón de su contacto
te agita y te exaspera
hasta que se te secan
las palabras
y comienzan a descascarillarse
cayéndose a pedazos
por el barranco
insalvable de tu pecho.
Hay sueños –como liendres-
que invaden tu cabeza.
Los notas cuando
anidan en tu pelo.
Y no hay loción de marca
ni remedio casero
que pueda exterminarlos
de inmediato.
Quizás unas tijeras
de podar rosales,
si lo que necesitas
es acabar de forma
radical con los picores.
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