miércoles, 19 de enero de 2022

INFORME: VIRUS, VACUNAS, PANDEMIA Y ENDEMIA


En su mayoría, las vacunas protegen frente a las enfermedades. Lo cual no significa que impidan siempre y por completo la infección. Pero son una gran ventaja en términos coste/beneficio. Y una enfermedad con una elevada prevalencia crónica en la población es una endemia. Por eso cada vez más, lo que nos está pasando se parece a una endemia en los países que han llevado a cabo campañas masivas de vacunación. Cabe preguntarse también por la manía de llamar enfermos o casos a los asintomáticos. Se les debe llamar portadores. Y los portadores son una pesadilla para los epidemiólogos, pero mientras no lo sean para el sistema asistencial, el riesgo está bajo control. Bajo esa premisa, la población no debería entrar en la histeria de someterse a una prueba diagnóstica tras otra con el único resultado de saber que es portador. ¿No hay un sobrediagnóstico sesgado que, a estas alturas, con tantos vacunados, nos desvía de la verdadera magnitud sanitaria? Un portador, claro está, disemina el patógeno. Eventualmente, puede enfermar, incluso de forma grave. No es cuestión de descuidarse, lo es de dimensionar e interpretar unos resultados analíticos que son, en puridad, lo que la gente obtiene con las pruebas de antígenos. Y esa interpretación les cabe a los sanitarios, no a los ciudadanos (ni los medios de comunicación). En segundo término, de esa valoración técnica sanitaria, los políticos y los administradores deben, después, adoptar decisiones.

Si se llevase a cabo un muestreo nasofaríngeo sobre otros patógenos y microorganismos oportunistas tan masivo como el que ahora lleva a cabo la población de manera activa, voluntaria, convencida y hasta compulsiva, ¿qué resultados obtendríamos? Enormes cantidades de portadores de todo tipo de virus, por no hablar de estreptococos y bacterias. Una lista tremenda. ¿Todos enfermos, todos casos, todos contagiados, todos confinados, todos en peligro? Pues no. Todos vamos a morir, pero no hay prisa. Somos portadores, sí, pero en cuanto la presión sobre la atención primaria decaiga, y seguramente lo hará en las próximas semanas, y a falta de variantes más virulentas, podríamos entrar en una situación endémica.

Quede claro pues que los vacunados pueden transmitir el virus. Pero su carga vírica es mucho menor que la de un no vacunado. Por eso, tiene menos probabilidades de desarrollar la enfermedad y de contagiar a otros. Pero, sobre todo, esa menor carga vírica hace que el riesgo de que en su organismo surjan variantes nuevas del virus son mucho menores, porque la tasa de multiplicación es más baja. Pura aritmética. Y eso es algo casi tan importante como lo anterior. Por tanto, la vacunación es una herramienta esencial en la lucha contra esta y otras virosis. La viruela o la peste bovina se pudieron erradicar gracias a la existencia de vacunas muy baratas y eficaces. Son las dos únicas enfermedades infecciosas erradicadas en la historia. Recordemos otras dos terribles virosis disminuidas al mínimo gracias a las vacunas: poliomielitis y rabia. Y muchas otras. Respecto a la covid, los no vacunados contagian y se enferman más. Ese coste económico y social hace insolidarios y socialmente peligrosos a quienes no se vacunan deliberadamente. Su atención sanitaria la pagamos todos. Transmiten más. Y proveen de más oportunidades al virus para que nuevas variantes aparezcan. En el otoño de 2021 la pandemia parecía controlada en los países con alta tasa de vacunación. La sanidad estaba descargada, las vacunaciones iban a buen ritmo y las medidas sociosanitarias se relajaban en consonancia. La economía se recuperaba. Tanto, que los reductos negacionistas se servían de un cierto cansancio ante las restricciones aún existentes y los antivacunas elevaron la voz.

Pero los virus cambian. Ómicron apareció a principios de noviembre – hace nada- y ya se ha difundido por todo el mundo (más de 100 países) y se ha hecho mayoritaria. Se dice que es el virus de más rápida propagación en la historia. Puede ser. La ventaja evolutiva de esta nueva variante es de libro: los patógenos más exitosos se adaptan a su hospedador (y entorno) de forma que se aseguren su multiplicación y transmisión a nuevos individuos. Matar al hospedador no es un buen negocio. Generar portadores, en cambio, es una ganga. Ómicron casi triplica la tasa de transmisión de la variante dominante anterior (delta), que ya era elevada, pero, sobre todo, los casos parecen ser más leves, tanto porque la población en algunos lugares esté vacunada en gran parte, como porque ómicron es menos virulenta. Pero no es inocua. Hay enfermos. Así que no se puede bajar la guardia: la vacunación y las demás medidas sociosanitarias no pueden abandonarse aún. Es más, probablemente será necesario crear nuevas vacunas adaptadas a las variantes del virus que vayan apareciendo en el futuro, por lo que tendremos que también que asumir el hecho de vacunarnos cada cierto tiempo.

Pero la evolución del virus requerirá además de modificaciones en la conducta social e individual. Algunos cambios en nuestra forma de interacción social (distancia, contacto), la higiene individual y colectiva (mascarillas, lavado frecuente de manos, geles, ventilación), la sanidad (protocolos, personal específico), la educación (hábitos higiénicos, docencia telemática), el trabajo (teletrabajo, virtualización) o el turismo (requisitos sanitarios de viaje o entretenimiento) podrán suavizarse, pero seguramente nos acompañarán en nuestras vidas pospandémicas. Superar la pandemia no será volver a un estado prepandémico, sino generar nuevos comportamientos adaptados a necesidades evolutivas, como el virus. Aprender y evolucionar. Nada es constante excepto el cambio, ese principio tiene que formar parte de nuestras vidas. 

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