lunes, 22 de noviembre de 2021

OPINIÓN: EL PAÑUELO DE FÁTIMA HAMED


“Algunas veces no puedo evitar preguntarme qué es lo que realmente molesta de mí. ¿Que reivindique mi identidad? ¿Que participe en política? ¿Que critique a quienes lo hacen mal? ¿Que me vista como me dé la gana?”. Quien se hace estas preguntas es Fátima Hamed Hossain en su cuenta de Instagram. Y las respuestas, por supuesto, están en todas las redes sociales y son variadas. Pero ninguna está escrita directamente contra ella sino contra lo que representa el pañuelo que cubre su cabeza. De ella, en realidad, nadie habla, tampoco de sus ideas ni de su forma de defenderlas. Sin embargo, un solo vistazo dará muchas pistas a Fátima sobre cómo superar la crisis de reputación que atraviesa tras su participación en el acto de Otras Políticas.

En este sentido, sería interesante para Fátima consultar la siempre jugosa cuenta de Isabel Díaz Ayuso que resulta clarificadora al respecto. “El liderazgo femenino no consiste en alcanzar metas por ser mujeres sino por ser mujeres fuertes, válidas y valientes”, afirmaba a propósito del acto. Para, a continuación, explicar por qué ni Fátima ni sus compañeras de Otras Políticas pueden ser mujeres del todo, porque el liderazgo femenino no puede darse: “Ni bajo el burka ni bajo el manto del comunismo”. Y aquí lo del burka va por Fátima y lo del comunismo por todas las demás. Es un clásico de las posturas conservadoras usar a las mujeres musulmanas para exacerbar un discurso belicista e islamofóbico. “Los terroristas y los talibanes amenazan con arrancarles las uñas a las mujeres que se las pintan” explicó Laura Bush a la BBC para calentar el terreno de un bombardeo masivo contra el enemigo opresor. Por increíble que parezca, para defender a las mujeres se arrasó su tierra. Por eso el discurso reaccionario de Díaz Ayuso relaciona a Fátima Hamed con un burka que no lleva puesto, porque así la convierte en representante de la violencia que el islam ejerce (siempre y en todos los casos según esta tesis) contra las mujeres.

Pero a poco que navegue, Fátima se dará cuenta de que su velo molesta también a mujeres y hombres progresistas. Más concretamente a cierto sector del feminismo que debido a su empatía hacia las mujeres castigadas y oprimidas en nombre del islam, concluyen que cualquier mujer que lleve hiyab es una mujer reprimida (lo sepa o no) y en consecuencia no puede formar parte de ningún discurso feminista. “Gracias por incorporar a vuestras filas el símbolo de nuestra opresión”, escribíó alguien en un post de Instagram que fue retuiteado y aplaudido en numerosas (y relevantes) cuentas del resto de redes. La pregunta legítima de Fátima podría ser ¿Qué podemos hacer las mujeres como yo? La respuesta pareciera evidente, es que para agradarnos deberían dejar de cubrirse, lógica según la cual prosperan leyes anti velo en distintos países europeos. Así, unos obligan a las mujeres musulmanas a ponerse un símbolo encima y otros les prohíben hacerlo aun contra su voluntad.

Así, el pañuelo de Fátima la obliga a entrar en conflicto no solo con su posible feminismo, sino también con el de cualquier mujer que se le acerque. Según una mayoría, Fátima y todas las mujeres que eligen cubrirse la cabeza por motivos religiosos en nuestro país (no necesariamente musulmanas) serían apestadas del feminismo. Por fortuna, digan lo que digan las redes en España las mujeres adultas tienen derecho a vestirse como les da la gana. Y si bien el velo no es ni será un símbolo feminista, tampoco podrá serlo ninguna obligación o prohibición que pese sobre el cuerpo de una mujer.

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