jueves, 23 de septiembre de 2021

PINTURA: MUNCH


En “Vampiro” ni siquiera el título está libre de polémicas. El cuadro de Munch no se llama “Vampiro”. Su nombre verdadero es Amor y Dolor. Y lo que en apariencia es una vampiresa alimentándose de un pobre diablo es, en realidad, una mujer consolando a un hombre en su desdicha amorosa. Amor y dolor y El Vampiro, dos títulos para una misma obra. El primero lo puso el autor, el segundo la gente.

Sobre un fondo oscuro que lo mismo remite a una noche de tintes tenebrosos que a una habitación en penumbra, una mujer joven, de piel muy blanca e iluminada por un fogonazo de luz, con los cabellos largos y de un rojo intensísimo, abraza a un hombre. Él parece también abrazarla, pero su abrazo carece de carácter, es un abrazo sumiso, el abrazo laxo de quien recibe y no del que da. El hombre se deja querer, se deja consolar, se deja devorar, se ofrece a ella, por así decirlo, se entrega en posición horizontal. Es la mujer el personaje central de la escena. La mujer es quien ofrece consuelo, amor, ternura, o quien devora, quien se hace con el otro ser, lo incorpora a sí. Para el autor ella es la representación del amor, él es la representación del dolor desconsolado. Para mucha gente ella es un vampiro, un depredador nocturno y terrorífico de hombres; y él es una víctima, un ser atacado, la carne, la sangre que debe saciar la sed y el hambre del depredador.

El cuadro ofrece una visión siniestra y macabra sobre el amor. El mundo obsesivo y desgarrado del pintor expresionista noruego Munch aparece en esta obra y sus ansiedades sexuales se entremezclan con un componente misógino. Al margen del modelo físico –Paul, que visitaba el estudio del pintor- hay que entiende que el hombre representado en la imagen es el propio Munch.

Respondería la obra a las más turbulentas pasiones que alimentan mente y alma del pintor. El hombre parece  aferrarse pesadamente  a la mujer y ésta parece querer atraparlo, o protegerlo, dentro de  ella. Los rostros de ambos, sin demasiados rasgos definitorios, muestran una cierta impersonalidad, sobre todo el del hombre, agobiado, curvándose en el  seno de su pareja.  Ella lo envuelve con sus brazos y sus rojos cabellos se derraman sobre él como tentáculos. La mujer del cuadro, vampiresa o no, infringe dolor cuando ama, ofrece consuelo cuando daña. Nunca dolor y placer, vida y muerte, estuvieron tan inequívocamente unidos, indisolublemente ligados.

No hay comentarios: