domingo, 1 de agosto de 2021

OPINIÓN: POLÍTICOS Y EL SÍNDROME DE BILES


¿Por qué a nunca hemos presenciado que nuestros políticos puedan tener algo parecido a lo que le ha ocurrido a Simone Biles en estas Olimpíadas? Todos sabemos que la política es una de las más duras actividades humanas, casi insoportable: siempre ante la mirada pública, no cabe esconderse, escaquearse, refugiarse detrás de algún hombre de paja. Siempre dando la cara y, lo que es peor, teniendo que ocultar los que a ella se dedican que están enfermos, que también son débiles y vulnerables. Aunque aquí es donde seguramente se encuentra la explicación del misterio: el poder es incompatible con cualquier muestra de debilidad o decaimiento. En eso también se parecen a los deportistas. En cuanto les tiemblan las piernas se convierten en presa fácil de sus competidores e incluso de los compañeros de su mismo equipo.

Y hay otra razón que no es menor: tienen su propia cultura terapéutica, sus propias estrategias de coaching psicológico. A diferencia de los deportistas, sus marcas no son objetivables, ni siquiera en estos momentos en los que todo, también la política, tiende a contemplarse a partir de datos estadísticos cuantificables. Siempre, hagan lo que hagan, les rodea un grupo de hooligans que les ríe todas las gracias, que casi bajo cualquier circunstancia está dispuesto a apoyar al líder, a afirmarles en la idea de que las críticas son injustas, que son los más grandes. Adaptan la realidad a la medida de su gloria. Todas sus acciones se racionalizan en positivo, por eso se quedan tan perplejos cuando pierden el puesto, ya sea por decisión ciudadana en las elecciones o por designio del jefe. Aquí es cuando se derrumban, cuando se gripan, cuando caen en la depresión.

Es evidente que la clave está en el poder, en poseerlo o aspirar a él. Este es el manto protector. Mientras lo tengan no hay derrumbe posible. Pero, ojo, podrán no caer en el síndrome de Biles, pero sí pueden hacerlo en otro aún más patológico, el síndrome de hybris, de desmesura o soberbia. Fue teorizado por un psiquiatra británico que también ejerció de político, David Owen. Lo asociaba a la tendencia de algunos políticos a intoxicarse con el poder, a autoglorificarse, a caer en el trastorno de personalidad narcisista, que en muchos casos les conduce a una euforia descontrolada y a confiar en exceso en sus propios atributos. Entre los nuestros, pueden pensar en muchos que lo padecen. Owen mismo señalaba a Aznar; o sea, que no tiene cura. Aunque se pierda el poder.

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