sábado, 31 de julio de 2021

OPINIÓN : NUESTRO DERECHO AL FRACASO


Juan Benet hizo hace tiempo una propuesta de Constitución Española que contenía un solo artículo: A todo ciudadano español se le reconoce el derecho a fracasar. Muchos años después, el único artículo de la ideología totalitaria y global que nos gobierna contiene una sola sentencia, justo la contraria: todo el mundo tiene derecho a triunfar. Peor aún, todo el mundo está obligado a ello. Yo me permito añadir que cuanto mayor es el éxito, más difícil es escapar del daño que hace. Como Simone Biles, que puede volar ante los ojos del mundo pero no tiene alas para escapar de la jaula de su éxito. Por eso aún cuando se retira es aplaudida por todos. Rendirse, dicen muchos, es la última gran pirueta de la mejor mujer del mundo. Porque ser la mejor gimnasta de la historia nos sabía a poco. Así es justo ahora, cuando se muestra vulnerable, ansiosa y con el orgullo herido cuando puede llegar a ser la mejor en todo, también en humanidad. ¿Es que esto nunca va a parar?

La voluntad y el esfuerzo no tiene relación (o cada vez menos) con el éxito profesional y menos con el personal. El origen social, el azar o el talento innato son factores mucho más relevantes que el es-fuerzo o la voluntad para triunfar. No siempre ganan los mejores y de hecho los datos (y la experiencia) nos demuestran que casi nunca lo hacen. De eso sabemos mucho en España, donde nacer pobre condiciona el futuro profesional más que en ningún otro país europeo, según el informe España 2050 elaborado por el Gobierno. Pero el mito es más poderoso que la verdad, por eso nos pasamos la vida intentando ser los mejores en algo. En el trabajo, en el deporte, en la cama, en Instagram, sirviendo mesas en una terraza o escribiendo columnas para este periódico. No importa dónde nos coloque la vida, nuestra misión no varía: ser los mejores en algo. Y en los casos más dramáticos, serlo en todo.

Los mejores estánen otro mundo, porque en este no son bienvenidos. Aquí, entre nosotros, no pueden existir, ese es su drama. Están siempre solos porque el mismo sistema que se jacta de buscar la excelencia es el mismo que se niega a celebrarla. Antes necesita que el éxito sea fluctuante, esté en perpetuo movimiento y se sienta siempre amenazado. Lo llamamos meritocracia pero quiere decir lucha de intereses a muerte. Es por tanto un sistema empíricamente injusto que impide cualquier tipo de empatía o colaboración entre las personas, perjudicando a todos en general y a los mejores en particular. Y la desgracia de Simone Biles es ser la mejor sin ningún género de dudas. Así que ahora toca aplaudirla por sincera y por ansiosa. Hay que darle otra competición que pueda ganar, cuanto antes. Para que no descanse. Que sea la mejor hasta perdiendo. Pero entonces, ¿qué sentido tiene tratar de mejorar en todo lo que hacemos?, ¿para qué nos es-forzamos tanto en la vida, en el trabajo, con nuestras parejas? A lo mejor resulta que tenemos que esforzarnos para ganarnos nuestro derecho al fracaso, tal y como escribió Juan Benet. Porque el fracaso llega un día, siempre lo hace. Y cuando aparece necesitamos poder decirnos a nosotros mismos que peleamos lo suficiente, que estuvimos a la altura, que nos lo podemos permitir. Así que yo se lo digo a Simone Biles desde aquí. Este fracaso es tuyo, no dejes que nadie te lo quite. Te lo has ganado. Y es un honor que solo a ti te corresponde. 

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