viernes, 5 de junio de 2015

HUMILDAD





Se supone que a lo largo de nuestro proceso evolutivo, en un determinado momento los humanos asumimos nuestra responsabilidad en la historia. Pero la luz de la razón igual nos terminó deslumbrando demasiado y nos ha dado por medirlo todo: los cráneos, los orgasmos, las ideas... Pensando que en el misterio de la relación del yo con los otros, cuando surge el amor o el odio también podría calcularse. Y claro, si sólo los números, las fórmulas y los conceptos nos hablan de la verdad, de nada sirven el arte y la ética. Así pasaron guerras, hasta hoy, donde una disciplina tan poderosa como la economía -neoliberal-, destinada a facilitarnos la gestión de los recursos, reprocha que sobra una variable: nosotros, sus creadores, sus dioses.

Como a los mercados financieros, la soberbia bajo control nos refina, pero si no le ponemos restricciones acaba por devorarnos. Por un lado, uno puede creerse el centro del universo e intentar aplastar con su molde al resto de iguales. Por otro, ser esclavo de la ambición con la exigencia constante de parecer más y mejor, una proyección insatisfecha, por irreal e inalcanzable.


Dijo un pontífice ya desaparecido (siento la herejía, me obliga la congruencia textual) que la vanidad es el comienzo de todos los pecados. Desconozco sus argumentos, aunque como conclusión encaja al completo con los míos. A la humanidad y a los particulares que la componen nos bastaría con querernos tal y como somos, ahora bien, con humildad para prosperar en aquellas parcelas de nuestra existencia acordes a las necesidades que nuestra condición animal y social exige. ¿Parece fácil? Pues entonces, ¿Por qué demonios no lo hacemos?





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