jueves, 14 de mayo de 2015

LA PENÚLTIMA OFENSA A LOS DESAPARECIDOS





Es una realidad evidente que no somos todos iguales ante la vida, pero tampoco lo somos en la muerte. Ni por cómo se ha producido, ni por el trato que reciben después nuestros restos. Lo fundamental una vez que somos huesos, es que los que aquí quedan, los que nos han amado o desean recordarnos por la razón que sea sepan dónde reunirse con nosotros, que haya un espacio físico de encuentro para dar rienda en ese lugar a que puedan liberarse los sentimientos.

En España quedan aún miles de muertos por recuperar, los que formaron parte de un plan fríamente planeado y ejecutado después de la guerra por la dictadura asesina del general Franco. Algunos pretenden manipular la historia con el argumento de que esas muertes formaron parte del terrible catálogo de víctimas de la Guerra Civil, pero no es verdad. De lo que estamos hablando es de los asesinados en la posguerra, fusilados por razones tan peregrinas y terribles, que incluyen desde cuestiones políticas, hasta inquinas personales y rapiña de bienes en beneficio de los asesinos. El engranaje que sostuvo a la dictadura fue el miedo y a fe mía que fue impuesto a sangre y fuego.

Precisamente de la posguerra se habló hace poco en Nueva York, en el acto de entrega del premio Alba-Puffin que conceden dos fundaciones estadounidenses relacionadas con los derechos humanos a la Asociación Española para la Recuperación de la Memoria Histórica. Se trata de un premio dotado con 100.000 dólares que le permitirá mantener abierto dos años más el laboratorio de identificación de los restos que va sacando de las cunetas y de las fosas comunes. Y es que, tras la derogación de hecho de la ley aprobada por el Gobierno anterior para, entre otras cuestiones, ayudar a los españoles a buscar a sus familiares desaparecidos en el franquismo, la asociación que fundara un nieto de aquellos y que lleva ya abiertas más de un centenar de fosas se mantenía con las cuotas de sus colaboradores y con el trabajo desinteresado de los voluntarios. Muy poco que ver con la acusación del portavoz del Partido Popular en el Congreso, ese repugnante tipejo que cada vez que abre la boca es para insultar, de que los familiares de los desaparecidos no se acordaron de ellos hasta que vieron la posibilidad de cobrar una subvención.


Mientras tanto, sus compañeros en el Ayuntamiento de Madrid, que, como él, acusan de revanchismo a los familiares de los desaparecidos por querer sacarlos de donde están, llevan gastado medio millón de euros en buscar los restos de Cervantes en la cripta en que fue enterrado en un convento de la capital. “Algo de Cervantes hay”, dijeron, exultantes, en la multitudinaria rueda de prensa que convocaron para dar cuenta de los trabajos de búsqueda ante la mezcolanza de huesos que se encontraron. ¿Cómo extrañarse, a la vista de ello, de que el acto de entrega del premio Alba-Puffin a una asociación española tuviera lugar en el Centro Japonés de Nueva York y no en el instituto que lleva el nombre del autor del Quijote, por cuyos huesos suspiramos tanto? Hasta ese extremo han llegado esos personajes inmundos que ahora se desviven pidiéndonos el voto mientras hacen todo lo posible por seguir echando sal en la herida de los que tanto han sufrido. Por lo visto les parece que ha sido poco y se desviven por añadir nuevas ofensas a nuestros desaparecidos.




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