domingo, 5 de abril de 2015

WEIMAR Y BUCHENWALD





Weimar es una pequeña ciudad alemana, llena de historia por los cuatro costados y con no más de 60.000 habitantes. Para empezar hay que destacar que se trata de uno de los lugares que más han influido en la modernidad cultural europea, ciudad natal de Goethe y Schiller, lo que la convierte en un referente literario y de la filosofía en todo el mundo. Pero además la nómina de intelectuales de todo tipo que han tenido relación con la localidad es ingente: Nietzsche, Fürnberg, Liszt, Bach, Cornelius, Gropius, Feininger, Klee, Itten... Pasear por Weimar supone también dejarse sorprender por rincones donde la belleza reluce en calles, casas, plazas y parques que son visitados continuamente por alemanes en búsqueda de paz y sosiego...

Pero no hay que dejarse engañar por todas estas circunstancias, pues los visitantes extranjeros tienen además otro poderoso motivo para acercarse, y tiene que ver con los límites del horror y la crueldad humanos. Hay una terrible historia detrás, al haberse también convertido en los años treinta en uno de los primeros bastiones del nacionalsocialismo. Desde los balcones del que es hoy el hotel más lujoso de Weimar, aún resuenan los ecos de las arengas de Hitler a sabiendas del creciente poder que el nazismo iba acumulando en Alemania. Quizás como homenaje, los nazis la eligieron para edificar a escasa distancia de su centro histórico el campo de concentración de Buchenwald. Allí, entre 1937 y 1945 fueron retenidas 250.000 personas provenientes de 35 países diferentes y sufriendo crueldades que no es necesario explicar, pues todos las conocemos. En contraste con la historia cultural de Weimar, Buchenwald acogió una gran nómina de escritores, entre ellos Jorge Semprún, que describió magistralmente las atrocidades que se vivieron.


Una línea de autobús conecta cada hora la estación de trenes con el lager, situado en un hermosísimo bosque de hayas. Realizar ese recorrido después de haberse sumergido en la tranquila y hermosa normalidad de la ciudad supone vivir dos experiencias completamente opuestas que conectan la muerte con la vida, la alegría con el espanto. El pasajero de ese autobús se ve impelido a hacer otro viaje además del geográfico, en este caso interior, que le lleva a conocer la parte más oscura de nosotros mismos. Significa traspasar la frontera exacta, la más íntima, la última que tiene dentro de sí cada ser humano: La de su capacidad para el bien y el mal.




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