A mí la vida me enseñó
que los cuentos mienten
cuando describen
la figura de la madrastra,
porque tuve dos madres
y la segunda
supo llevarme en volandas
a los brazos de la ternura.
Una mujer me alumbró
y se fue demasiado pronto
por lo que otra me construyó
el paraíso que todos
los niños deben tener
como se construyen
las cosas que valen,
con las uñas y el amor.
Mi infancia quedó
flotando en los platos
de arroz a la cubana
y el potaje de lentejas.
Esas dos madres
pusieron todo de su parte
para que yo fuese
alguien de quien
sentir orgullo al mirarle
y aunque es evidente
que uno nunca cubre
por entero los sueños
de quienes le alumbran
a los secretos de la vida,
hago todo lo posible
para honrar su memoria
poblando de flores
los jardines de la conciencia:
jazmines, alhelíes, rosas
en honor de las mujeres
que marcaron mi infancia
poniendo su mano
en el hervidor de la leche
y acariciando la piel
de niño que me cubría.
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