Primero sentí como ansiaba
la permanencia contigo
mudo y sin reflejos
frente a la luz
que consignabas en mi retina.
Después calculé las distancias
y amé una presencia
hasta los huesos
temiendo las magnitudes
de mi torpeza
si la tentativa fracasaba.
Y acabé por incubar
un inquilino nocturno
de nubes enroscadas
en la garganta
cuanto tu imagen me llegaba.
Quedé lentificado
en dos luceros carnívoros
que me esperaban
y alcancé a pensar
que no podía dejarlos
desaparecer al pié de mi alma
viva pero permaneciendo inmóvil.
Y me empeñé
desde latitudes inestables,
en no aceptar los estertores
de nuestras fuerzas en rotación
que al parecer nos alejaban
hasta que pude volver a nacer,
ya otro teniéndote a mi lado.
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