Resulta inquietante comprender cómo se
entrelazan a veces las historias que tienen que ver con la vida y la muerte, dando
razón a los que argumentan lo estrechamente relacionados que están la una y la
otra. Lo mismo les sucede a los protagonistas que intervienen en ellas, quizás
sea precisamente eso a lo que llamamos destino... Yo lo he comprobado en carne
propia y desde entonces no dejo de pensar en ello. A punto de celebrar el
primer aniversario, hoy lo cuento para dar un soplo de esperanza a los que, por
una u otra causa, la hayan perdido.
La cadena de acontecimientos comenzó a causa
de una copa de más. Quizás fuera la última antes de volver a casa del trabajo,
un chupito de despedida de la fiesta con los compañeros del trabajo que no sé
muy bien la razón, me imagino de vodka-pomelo. Ese regusto se me ha quedado en
la boca después de imaginarlo de mil formas y sabores diferentes: Un chupito
que retrasó unas décimas de segundo el tiempo de frenada y ocasionó el drama.
Es algo que he leído. Dicen los especialistas en temas de tráfico que cada grado de más, es un segundo de menos
en el tiempo de reacción y una cuestión tan simple como unas décimas en el
reloj te puede costar la vida. Parece que aún no se había independizado, lo que
indica su juventud y me imagino a los
padres esperándolo para la cena de navidad.
Y a su hermana desolada cuando escuchó por teléfono la noticia. Me
pregunto cómo será el aniversario de esa familia, tan diferente del mío...
Ojalá pudiera conocerlos, probablemente les serviría de consuelo, pero es imposible.
Unas cuantas sillas quedaron vacías
en las cenas de aquella noche sólo por
un chupito de más. Suelo pensar también en el cirujano. Por la hora en que lo
llamaron seguro que estaría en medio de la celebración, justo en el momento en
que acababa el consomé y le servían el cordero. Me imagino el pitido del busca sonando
al ritmo de las luces de colores del árbol en el salón... Y salir hacia el
hospital a toda prisa porque su deber de médico está por encima del que le
corresponde como marido, hijo, padre o yerno. No una, sino cuatro personas
salieron de casa esa noche embutidas en un solo cuerpo camino del quirófano con
un trozo de pan en el boca, para cambiarme la existencia porque el aviso
significaba que habían encontrado un donante y el corazón ya estaba en camino.
A mí también me llamaron, como
era de esperar. Y yo tampoco cené. Esa Nochebuena y unos cuantos días más los
pasé sedado, conectado a las máquinas y lleno de costuras tras las que alojaron
con mimo aquél trocito de fuerza envuelto en sangre y con un sabor a
vodka-caramelo que desde ese momento no me ha abandonado. Es posible que sea
producto de la imaginación, he de reconocerlo... Pero qué más da: Me encanta y
jamás olvidaré que es parte consustancial del mejor regalo de Navidad que nadie
haya podido recibir nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario