lunes, 16 de diciembre de 2013

RECONCILIACIÓN


El fallecimiento de Nelson Mandela ha suscitado numerosos análisis sobre la grandeza de su figura, todo el mundo reconoce su papel en la reconciliación del pueblo sudafricano y su compromiso con la paz para evitar lo que se anunciaba como guerra civil cuando la población negra alcanzase el poder político en el país. Pero el término reconciliación suscita una duda fundamental al plantearlo, pues no puede haberla sin una conciliación previa. La grandeza de Mandela estuvo en su inteligencia, confianza y determinación, pero su ejemplo también debe ser tenido en cuenta como reflejo de una actitud y decisión habituales en quienes han sufrido el golpe de la injusticia y el impacto de la violencia de determinados regímenes y gobiernos, algo que se repite constantemente y también sucedió en España durante la transición. El esquema parece invariable, pues curiosamente son quienes han sufrido el daño, la violencia, el escarnio público, la ausencia como destino y la injusticia como condición, los que han de ‘reconciliarse’ con quienes han sido sus agresores, opresores y verdugos. El nivel de generosidad ante lo que se cede jamás ha sido el mismo para que sean quienes han generado al daño los que respondan de manera voluntaria por lo realizado, y así iniciar una nueva etapa de verdadera conciliación.

La reconciliación basada en la no exigencia de responsabilidad por parte de quien ha sufrido la violencia y opresión no permite la convivencia sobre lo común, pues no puede haber proyecto compartido entre quienes tienen unos valores que llevaron a ejercer la opresión y quienes defienden unos ideales que los hicieron ser sometidos. La aparente normalidad es tan sólo la escenificación de quienes no han tenido más remedio que aceptar el cese de una violencia manifiesta, para continuar con el control y el sometimiento a través de los diferentes mecanismos levantados sobre un poder que en ningún momento es desarticulado con esa falsa reconciliación representada. El ejemplo de España resulta significativo: La democracia se ha negado reiteradamente a reparar los daños más graves causados durante la dictadura. Quienes han ejercido la opresión desde el poder que da la injusticia no renuncian a él cuando cambian las circunstancias, tan sólo se adaptan a ellas, como han hecho a lo largo de la historia para mantenerlo. 

Ya saben: El poder es como la energía, que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Forma parte de su verdadera esencia. De hecho necesita transformarse para la perpetuación, en esto también es evolutivo, en el sentido de cambiar las apariencias para que nada cambie. No son las personas con poder ni las instituciones con poder, estas pueden ser sustituidas por otras, en ocasiones completamente diferentes, es el propio poder el que permanece sobre la estructura que le da sentido y beneficios, por ello está más arraigado a determinadas ideologías y creencias históricamente instaladas sobre referencias de autoridad. El poder actual, con su capacidad adaptativa y su presencia invisible se sostiene en cuatro componentes esenciales: el técnico, con el que se controla un volumen de conocimiento e informaciones vetado al resto de la población;  el dispositivo que se refiere al control de los recursos que otros necesitan para conseguir sus objetivos y los hace dependientes y subordinables; el coercitivo, que representa la amenaza o la utilización de medios capaces de perjudicar de forma directa a otros en cualquiera de las esferas de su interés (económico, moral, afectivo, material…) y la manipulación,  que actúa, no ya directamente por medio de la subordinación, la información o el castigo, sino de forma indirecta al limitar la posibilidad de cuestionar al poder o al impedir que ni siquiera se establezca esa conciencia crítica.

Ocurre en cualquier rincón de nuestro planeta donde el poder arraigó sobre la injusticia y el abuso. Y es la explicación de lo que sucede en España hoy mismo, donde los poderes de antaño continúan condicionando la política y la realidad a través de toda una estructura que nadie desmontó y que aún en la actualidad sigue funcionando a pleno rendimiento. Mandela tuvo la virtud de evitar el enfrentamiento y sustituyó en su gente la emoción del odio por un sentimiento de esperanza, pero no pudo modificar los valores, las ideas ni las creencias de quienes se creen superiores y elegidos para dirigir el destino de un pueblo, que como tal debe ser sumiso y agradecido. Su mérito estuvo en esos primeros momentos, y la admiración que suscita nace de su ejemplaridad, pero una vez superada esa fase inicial los que asuman la continuidad de su obra deben construir un futuro común sobre la Justicia, la Igualdad, la Libertad, la Dignidad y el resto de Derechos Humanos, de lo contrario no habrá un proyecto compartido.

El olvido no tiene nada que ver con la justicia, ni la justicia puede olvidar. El perdón no significa aceptar ni tampoco ignorar, todo lo contrario, se basa en el reconocimiento de los hechos, no en su negación. Y desde el punto de vista social la conciliación debe contemplar la reparación de las víctimas y la garantía de no repetición. Y hoy, en Sudáfrica, en Latinoamérica surgida tras las dictaduras y en muchas otras regiones del planeta, incluida muchos países europeos, quienes antes fueron opresores ahora viven bajo una estructura de poder que no busca reparar a las víctimas de su injusticia y represión, y menos aún pretende garantizar que no se repita su abuso, simplemente continúan con él de otra forma y a buen seguro la historia volvería a repetirse si sintiesen el peligro en la nuca de sus bolsillos... El mejor homenaje a Nelson Mandela es continuar lo que inició, pero teniendo muy claro que hemos de buscar de manera pacífica la justicia social y la verdadera reconciliación de la que Madiba es símbolo de pleno derecho.





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